Esta pandemia, de origen sanitario, tiene características propias de diversa naturaleza como las relacionadas con la salud en general. La incertidumbre sobre los tratamientos, los cambios en las relaciones, dificultades laborales, económicas, agravamiento de las fuentes de estrés anteriores, etc.
Esta pandemia es el claro ejemplo de cómo el comportamiento es contextual no se puede entender. Sin la relación con el entorno inmediato como la aparición de este nuevo virus. Y continuo a lo largo de toda nuestra vida, materializándose en esas múltiples interacciones que, establecemos como organismos vivos y reducimos al concepto de “biografía”, con sus luces y sus sombras.
Nuestro instinto de supervivencia.
Ante un hecho desconocido, inesperado, traumático, como la aparición de la COVID-19, todos los animales, incluido el ser humano, reaccionamos de forma parecida. Con miedo, preparándonos para atacar, huir, o nos paralizamos. Es nuestro instinto de supervivencia.
Es un error, por las consecuencias, y los problemas derivados, asumir una perspectiva clínica, la patologización de estas respuestas emocionales, como problemas de “salud mental”.
Sabemos de los beneficios económicos que reportan estas ideas reduccionistas y patologizantes los perjuicios para la salud, la autoestima y la sociedad en general.
Estas primeras reacciones de protección son normales y señal de que las cosas nos afectan emocionalmente. El sufrimiento es consustancial al mismo hecho de estar vivo. Es la dictadura actual del hedonismo nos ha hecho creer que la felicidad es toda ausencia de malestar.
Cuando experimentas una gran perdida, inesperada, como el fallecimiento de un ser querido, la incapacidad para acompañarle en sus últimas horas, la pérdida de recursos económicos, habitacionales o de trabajo no hay nada patológico en tu cerebro, tu salud mental esta en buenas condiciones, porque estás reaccionando como cabe esperar ante perdidas tan graves, lo disfuncional sería no sentir esas emociones.
La teoría de los determinantes de la salud integral, establece toda una serie de variables, modificables, para avanzar hacia promoción del bienestar y la prevención de sus amenazas o enfermedades.
Los datos sobre los problemas emocionales son sobrecogedores
En primer lugar, aquellas variables que tienen que ver con la persona, sus competencias y, posteriormente, todas aquellas que tienen que ver con las oportunidades o barreras del entorno que se manifiestan en la INEQUIDAD; esto no es de ahora, ya es teoría vieja, desde los años 70 en los que el ministro de sanidad canadiense, Lalonde, planteaba modificar las condiciones de los entornos para ir a las causas de las causas del enfermar, y no en “tratar los síntomas”. En aquellos años situaba estas en el 75% de los orígenes de las enfermedades y de la mortandad.
Los datos sobre los problemas emocionales son sobrecogedores, el 11 de octubre en televisión española se hablaba de la subida “exponencial” de la ansiedad y el estrés. En otra cadena, del 168% con relación al mes de marzo, de aumento de personas aquejadas de problemas emocionales, por las diversas secuelas de esta pandemia, sanitarias, sociales y económicas.
Por supuesto, para el reduccionismo psicopatológico, la respuesta inmediata es la medicación antidepresiva, o ansiolítica, entre ellos el famoso PROZAC. Es más fácil, exime de responsabilidad a la persona( ya que “estás enfermo”), a las instituciones públicas, a los políticos, y por qué no, muchas veces, a la propia familia. Es más fácil ocultar, amortiguar el dolor, ir al síntoma que, a las causas al origen de estas emociones, normales.
Aunque natural, paralizarse en el miedo, en la inacción, no aprovechar las oportunidades de la nueva situación, puede constituir la cronificación de estos problemas. La aparición de otros de diversa índole, pero la causa no es que algo sea disfuncional en tu cerebro, sino que las respuestas a esos problemas son las equivocadas. Y no son inocuas ni más económicas para las arcas públicas.
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